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miércoles, 2 de noviembre de 2011

LITERATURA ÉPICA EN SUS TEXTOS: LAS TORMENTAS

Estimad@s alumn@s: de vuelta hace ya días al nuevo curso, nos proponemos actualizar este blog y ofreceros algunas muestras de lo que estamos trabajando en nuestras clases. En concreto, en Latín II hemos visto ya la literatura épica latina, con su introducción, definición, características, modelos que siguen, y la producción épica de forma cronológica, deteniéndonos, cómo no, en la Eneida virgiliana.
Os proponemos unos textos que ejemplifican perfectamente la diferencia entre la épica de Virgilio y la del cordobés Lucano, en cuanto al uso de la intervención divina en los actos naturales y humanos; en Eneida esa intervención es constante, mientras que Lucano prescinde totalmente de ella y la cambia por una explicación totalmente racional, como nos muestran estas secuencias textuales referidas a la forma como se plantea un fenómeno natural: una tormenta.

DESCRIPCIÓN DE UNA TORMENTA EN ENEIDA, I, (Virgilio) 
Apenas daban velas, alegres, a la mar alejándose de las tierras
de Sicilia y surcaban con sus quillas la espuma de sal
 cuando Juno, que guarda en su pecho una herida ya eterna,
[…] En su pecho encendido estas cuitas agitando la diosa a la patria llegó
 de los nimbos, lugares preñados de Austros furiosos,
 a Eolia. Aquí en vasta caverna el rey Eolo
 sujeta con su mando a los vientos que luchan y a las tempestades
 sonoras y los frena con cadenas y cárcel. 
Ellos enfurecidos hacen sonar su encierro del monte
 con gran ruido; Eolo se sienta en lo alto de su fortaleza
 empuñando su cetro y suaviza los ánimos y atempera su enojo. 
Si así no hiciera, en su arrebato se llevarían los mares sin duda
 y las tierras y el cielo profundo y los arrastrarían por los aires. 
Pero el padre todopoderoso los escondió en negros antros, 
eso temiendo, y la mole de un monte elevado
 puso encima y les dio un rey que con criterio cierto
supiera sujetar o aflojar sus riendas según se le ordenase. 
Y a él entonces Juno se dirigió suplicante con estas palabras:
«Eolo (pues a ti el padre de los dioses y rey de los hombres 
te confió calmar las olas y alzarlas con el viento), 
un pueblo enemigo mío navega ahora por el mar Tirreno, 
y se lleva a Italia Ilión y los Penates vencidos. 
Insufla fuerza a tus vientos y cae sobre sus naves, húndelas, 
o haz que se enfrenten y arroja sus cuerpos al mar. 
Tengo catorce Ninfas de hermoso cuerpo, 
de las que Deyopea es quien tiene más bonita figura; 
la uniré a ti en matrimonio estable y haré que sea tuya, 
para que por tus méritos pase todos los años 
contigo y te haga padre de hermosa descendencia.» 
A lo que Eolo repuso: «Cosa tuya, oh reina, saber 
lo que deseas; a mí aceptar tus órdenes me corresponde. 
Tú pones en mis manos este reino y me ganas el cetro y a Jove,
tú me concedes asistir a los banquetes de los dioses 
y me haces señor de los nimbos y las tempestades.» 
Luego que dijo estas cosas, golpeó con su lanza el costado 
del hueco monte y los vientos, como ejército en formación de combate, 
por donde se les abren las puertas se lanzan y soplan las tierras con su torbellino. 
Cayeron sobre el mar y lo revuelven desde lo más hondo, 
a una el Euro y el Noto y el Ábrego lleno 
de tempestades, y lanzan vastas olas a las playas. 
Se oye a la vez el grito de los hombres y el crujir de las jarcias; 
las nubes ocultan de pronto el cielo y el día 
de los ojos de los teucros, una negra noche se acuesta sobre el ponto, 
tronaron los polos y el éter reluce con frecuentes relámpagos 
y todo se conjura para llevar la muerte a los hombres. […] 
Entretanto Neptuno advirtió por el ruido tan grande que el mar se agitaba, 
se desataba la tormenta y el agua volvía de los profundos abismos 
y, gravemente afectado, miró desde lo alto 
sacando su plácida cabeza por encima del agua. 
Ve por todo el mar la flota deshecha de Eneas, 
y a los troyanos atrapados por las olas y la ruina del cielo; 
y no se le escaparon al hermano las trampas y la ira de Juno. 
Así que llama ante él al Céfiro y al Euro, y así les dice: 
«¿A tanto ha llegado el orgullo de la raza vuestra? 
¿Ya revolvéis el cielo y la tierra sin mi numen, vientos, 
y os atrevéis a levantar moles tan grandes? 
Os voy a... Pero, antes conviene volver a componer las olas agitadas. 
Más adelante pagaréis con pena bien distinta vuestro atrevimiento. 
Marchaos ya de aquí y decid esto a vuestro rey: 
el gobierno del mar y el cruel tridente no a él,
sino a mí, los confió la suerte. Se ocupa él de las rocas enormes, 
Euro, vuestras moradas; que se jacte en aquella residencia 
Eolo y reine en la cerrada cárcel de los vientos.» 
Así habla, y antes de decirlo aplaca el mar hinchado 
y dispersa el montón de nubes y vuelve a traer el sol.


LUCANO, PHARSALIA, IX, 319-347

Luego que el mar, agitado por los remos,
impulsó hacia adelante toda la pesada mole de
la flota, rugió el austro tenebroso de espesos 
aguaceros. 320 Enfurecido contra sus propios
dominios, defendió con un torbellino el mar
donde se había aventurado la flota, se llevó
las ondas lejos de las Sirtes y quebró el ponto,
haciendo aflorar en él una ribera. Después, las
lonas de los bajeles, sorprendidas en el mástil
enhiesto, se las arrebató a los marineros y,
pese a que los cables osaron negarle las velas
al noto, sobrepasaron ellas la longitud de la
quilla y su pliegue se hinchó más allá de la
proa. Si alguien, previsor, sujetó los lienzos
en la punta de la antena, se frustra su
propósito y se ve arrancado de los desnudos
aparejos. Mejor suerte corrieron, con todo,
330 estas naves que surcaban olas levantadas
y que se vieron sacudidas en un mar de
verdad. En cambio, cualesquiera que, aliviadas
de su arboladura, rota, escaparon al
embate del huracán, se las llevó lacorriente,
libre del acoso de los vientos, arrastrándolas
en dirección contraria, y las precipitó,
victoriosa, contra el austro, a pesar de su resistencia.
Las hacen encallar los bajíos, y la
tierra, bruscamente interpuesta en el mar,
provoca el naufragio; expuesta así a un
destino inseguro, una parte del bajel está
varada, la otra flota en las ondas. Entonces,
mientras más van chocando, el mar se les va
haciendo más reducido y a menudo emerge la
tierra a su paso: aunque estrellado por
impulso del austro, a menudo el oleaje no
logra, con todo, doblegar los montones de
arena. 340 Se yergue en la superficie del
piélago, lejos de toda campiña, un terraplén
de polvo ya seco, al no ser tocado por el agua;
plántanse allí los desdichados navegantes y,
con la quilla agarrada a la tierra, no ven
ninguna ribera. Así, una parte de las naves
queda presa en el mar, pero la mayor parte
siguió la dirección del timón en una huida
segura y, como tenía la suerte de contar con
unos marineros conocedores de la zona, arribó
ilesa al adormecido lago de Tritón.


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